La Palma. Ese exuberante verdor del bosque de laurisilva, que recuerda a la selva y en el que uno casi puede creer en trolls y elfos; los animados mercadilos, en los que los olores, colores y variados aromas seducen los sentidos y abren el apetito para una comida típica palmera; las numerosas piscinas naturales, excavadas por la naturaleza en las rocas costeras; las oscuras playas, que con su calidez relajan los músculos y el alma. La Palma. Es una mirada sobre lo infinito que es el universo, una mirada sobre el vasto Atlántico, una mirada a los profundos barrancos adornados con cactus en flor, en los que alegres rebaños de cabras observan con curiosidad a los senderistas. La Palma. Aquí todavía se siente el latente calor de los volcanes y la energía que emana de ellos y que también sentimos en lo más profundo de nuestro ser. La Palma. Es descansar, revitalizarse, ser feliz.
Todo esto y muchas más cosas que no mencionamos provocan lo que nosotros llamamos el “Efecto La Palma”. Un efecto que ahonda en el corazón y que hace que uno siempre sienta esa llamada de volver a la Isla Bonita. Es indescriptible, muy personal y único. He viajado por muchos lugares de este mundo, los he fotografiado y he escrito sobre ellos. Y aún así, este efecto sólo lo he experimentado aquí.
Por cierto… que el Patronato de Turismo palmero tiene una página Web magnífica, que no sólo hace que apetezca visitar La Palma, sino que también ofrece numerosas razones, consejos y recomendaciones para conocer a fondo nuestra isla: www.visitlapalma.es